18 de marzo de 2009

Sinnombre, el playero.

A finales de los 70 todavía había varios kilómetros de playa virgen cerca del pueblo. Iba por las mañanas para hacer nudismo, solo, donde no había nadie entre semana, tan sólo algunas personas paseando de tarde en tarde por la orilla, alejado a unos 200 metros acampando donde comenzaban las dunas. Allí estaba yo, solo bajo la sombrilla escondiéndome de un sol abrasador cuando vi aparecer a lo lejos, caminando por la orilla, un tío moreno por el sol, con un tanga que delataba sus inclinaciones sexuales. Caminaba despacio y no dejaba de mirar hacia donde yo me encontraba, y yo comencé a mirarlo también fijamente, respondiendo en cierto modo a su invitación, si bien no se estaba dando por aludido. Cuando ví que se rendía y se disponía a alejarse salí de la sombrilla, me levanté y empecé a sacudirme la arena pegada al cuerpo. En se momento se paró en seco y se volvió hacia mí, que comenzaba a dirigirme al pinar en las dunas para ocultarme. Apareció al momento, buscándome, y me encontró entre los arbustos del pinar arrodillado y sentado sobre los pies, desnudo.
El tanga que llevaba era horrible, como de ganchillo y él era mucho mayor de lo que parecía a lo lejos, sobre unos cuarenta, el doble que yo, pero ya era tarde para decir no y además estaba tan caliente que no me lo pensé y tal como llegó le aparté el ridículo tanga y se la dejé salir por el pernil. Estaba operado y no tenía prepucio lo cual me proporcionó una nueva decepción puesto que me privó de ese momento sublime de desenfundarla una vez que la tienes en la boca y lo has acariciado varias veces con la lengua.
De todas formas él no había acudido a mi invitación para sexo oral. Lo intenté, os lo aseguro, pero al tercer intento se retiró dejándome con la boca entreabierta totalmente insatisfecho y mirándole confundido. Empujándome suavemente la cabeza hacia abajo me dejó a cuatro patas y empezó un rimming memorable, el primero de mi vida, que casi me hipnotiza, de tal manera que no percibí cuando cambiaba la lengua por otra parte de su cuerpo más contundente, que me introdujo brutalmente. El dolor me hizo levantar el cuerpo que quedó arrodillado con las piernas entreabiertas ensartado por aquel madurete desconsiderado, que al ver mi reacción se asustó pidiendo perdón varias veces, pero sin sacarla.
Yo no sé por qué, pero tras ese momento de dolor y confusión, me descubrí allí arrodillado en la arena, con una erección imponente, penetrado por aquel macho maduro, de rodillas tras de mí y apesadumbrado, pero a pesar del dolor, le cogí los brazos rodeando mi cuerpo con ellos y le supliqué que siguiera follándome brutalmente.Él apretó el abrazo y yo me dejé hacer, como un pelele, y empujó una y otra vez, haciéndome temblar en cada empellón, hasta que se fueron haciendo más espaciados y acabarse.
No hubo casi palabras, no hubo besos en el cuello, no hubo nada más. Sólo calor, sudor y mosquitos.
Cuando terminó de gemir se levantó, se la guardó en el tanga de ganchillo, miró como me quedaba tirado en la arena con aquello babeando y tieso aún y desapareció entre los pinos. 

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