En esta fechas tan entrañables no pega para nada un post 'prozac', ni uno 'nombres' ni mucho menos uno 'yo sobreviví a' ni nada de esas penas deprimentes, no. Lo que pega o como diría Theo, mi Theo, lo que toca es lo que toca. Jijí-jajá, o sea.
Lo malo es que soy un trijte y maj que trijte por lo que sacar la vis cómica me cuesta un jartá, y es que hasta en los saraos en los que la gente habitualmente se desmelena yo me cohíbo. El otro día, por ejemplo, estuve en la cena navideña de empresa. Sí, esas cenas en las que se come muy poco y muy mal pero en las que la gente suele pagar a gusto con tal de que les dejen emborracharse después de malcomer y terminar bailando dando saltitos, un pie adelante otro atrás y los brazos flexionados con las manos cerca del abdomen. Y así todo el rato. Incansablemente.
Yo nunca voy y suelo poner siempre algún achaque estúpido, como todos los achaques, con tal de no aguantar las deprimentes coreografías y las caras presuntamente satisfechas de mis compañeras-os, pero este año me han cogido en la hora tonta y he ido. A la mala hora, porque fue también Ismael, el giocondo, ese compañero que me pone como un burro con sólo dedicarme una caída de pestañas de esos ojos negros en esa cara morena encima de ese cuerpo diez, bueno, dejémoslo en ocho y medio que ya es p´a cagarse.
Ismael, después del baile de los saltitos, se cogió un pedo importante y no podía –debía- conducir. Yo, gilipollas que me parieron, intenté eludir llevarlo a su casa pero él me abordó directamente y no pude –quise- negarme. Así que lo llevé, lo metí en casa y lo tumbé en la cama, donde cayó casi inconsciente, le quité los zapatos, la camiseta y los pantalones. Y allí quedó, aquella maravilla en calzoncillos y calcetines, encima del edredón diciendo “cómeme, pero cómeme ya”.
Y entonces yo recordé que al día siguiente tendríamos que vestirnos de blanco nosocomial, que tendríamos que mirarnos a la cara, que probablemente yo no estaría entendiendo bien las señales y que “donde tengas la olla no metas la polla”.
Al día siguiente me dio las gracias por llevarlo a casa, y yo me sentí, una vez más, trijte y maj que trijte.