Abusos deshonestos, sí, así podría catalogarse aquello que pasó aquella noche. Eramos cinco en aquel piso de estudiantes sevillano pero ninguno brillaba con la luz con la que lo hacía Cris, un estudiante hetero comprometido con la lucha obrera a través de una organización de izquierda radical. Era inteligente el cabrón y tenía una mirada profunda presidida por unos ojos negros que te inundaban el alma de tranquilidad, y era de éstos que te dicen más callando que hablando.
En el piso supieron de mi orientación sexual alcahueteando en mi diario que "olvidaba" siempre, sin querer queriendo, en la mesilla de noche y Cris también lo sabía. Sin embargo, aquella noche accedió a acostarse conmigo en la cama de matrimonio de la casa para poder acomodar a algún invitado imprevisto en la suya, cosa que hizo con la mayor naturalidad del mundo demostrando así estar totalmente libre de prejuicios, como no podría ser menos en alguien tan rojo como él. Pero una cosa es predicar y otra repartir trigo, por lo que nada más meterse en el catre se dió media vuelta disponiéndose a dormir y no dar pie a ningún malentendido, demostrando una vez más su inteligencia.
Yo no podía pegar ojo teniendo a escasos centímetros a aquel tío atractivo respirando lenta y profundamente y al que suponía presuntamente dormido, así que cuando no podía más me acoplé a su silueta suavemente, mi pecho en su espalda, mis rodillas en sus corvas, mi pubis en sus glúteos. Él seguía respirando pausadamente como si nada pasara así que no pude resistirme y deslicé mi mano dentro del pijama y comencé a acariciarle la entrepierna, que se negó a reaccionar. No pasó lo mismo con la mía que rápidamente descargó toda su furia de forma contenida procurando no despertarlo.
El viernes siguiente íbamos en el autobús camino de la estación con el fin de pasar el fin de semana en casa lejos del calor sevillano. Viajábamos de pie, al final del vehículo agarrados a la barandilla observando cómo nos seguía el resto de los coches.
-La otra noche estaba despierto, ¿sabes?-, soltó a bocajarro.
-Joder, Cris, ¿en serio?. Tío, siento mucho lo que pasó. Perdóname.
-Me afectó mucho lo que hiciste, tío-, dijo gravemente mirándome ya de frente y matándome con sus ojos negros.
-Hostia, Cris, lo siento, tío, de verdad.
Cuando ya estaba casi muerto soportando su mirada inquisidora, de pronto, su rostro dibujó una sonrisa.
-Bueno, en realidad....no fue para tanto-, dijo mientras dirigía su sonrisa única hacia el intenso tráfico que nos perseguía insistentemente hasta la estación. Y es que Cris era el mejor de todos nosotros.