¿Qué por qué?Tengo razones. Algunas, domésticas. La familia viva, por ejemplo, en su totalidad coincidiendo en el espacio-tiempo. La que ya no está, pues por no coincidir en el espacio-tiempo. El gasto irresponsable, disparado absurdamente.
Otras, laborales. La cena de empresa, por ejemplo. Las cajas de polvorones pro-excursión fin de curso. Las caras sin esperanza de los pacientes sin pelo en sus pijamas impersonalmente celestes.
También, anímicas. Follar, por ejemplo, no follo. Como el resto del año, pues ahora tampoco. Nadar, por otro lado, se hace asfixiante entre efebos de vacaciones. No es que no quepamos en la piscina, es que en las duchas se muestran impúdicamente. Particularmente, lo de los pubis afeitados es lo que mayor dificultad respiratoria me causa. Y ahora que lo escribo, también bradicardia e hipotensión.
Pero fundamentalmente, los petardos. Ver a
Diógenes cada navidad escondido en el estratégico rincón que forman la
chaise longue del sofá y la mesa, aterrorizado. Acercarme a su vera desconsolado y no poder hacer nada para que deje de temblar mientras vive, cada año, su particular fin del mundo.