Desde un quinto piso y de noche todos los gatos son pardos. Bajo la luz anaranjada de la farola dos chicos adolescentes charlaban entrecortadamente cuando uno de ellos cogió la mano del otro en actitud inequívocamente cariñosa, y yo me quedé con la respiración entrecortada porque no era muy tarde y pasaba gente todavía por la calle. No es corriente en mi calle, en mi ciudad, un espectáculo así, y digo espectáculo en sentido de espectacular, pues a aquella escena sólo le faltaba la música romántica para parecer de cine.
Los chavales empezaron a darse caricias con sus lenguas y a mí se me saltaron las lágrimas de emoción porque la gente pasaba y no decía nada, ni siquiera una mirada de desaprobación, nada. Cuando llevaban un rato así, tanta normalidad empezó a incomodarme y empecé a sospechar que algo de lo que estaba percibiendo no podía ser, y poco a poco el espectáculo rechinaba de tan paranormal que me resultaba. Como cuando los músicos de una orquesta tocan anárquicamente antes de que el director levante la batuta.
Desde el balcón del quinto piso tan sólo esperaba ya que se resolviera el misterio. En un momento dado y desde la esquina de la calle alguien gritó dos nombres y los jovenes amantes volvieron la cabeza sintiéndose identificados.
- ¡Alberto... Carmen, vamos que os estamos esperando!
Y yo, desde el quinto piso, continuaba queriendo ver a dos hombres en aquellas dos figuras anaranjadas que se levantaban del banco y dejaban de besarse. Y es que la esperanza de un mundo mejor nunca debe de perderse.