12 de julio de 2019

Octubre, 2016

Mi compañero de taquilla en el curro me mira siempre. Al principio, a hurtadillas, y desde hace poco, descaradamente. En mi caso, me conformo con el rabillo del ojo. Es rechonchete pero tiene ojazos y piel morena.
Me da cierta tranquilidad el hecho de que está casado y tiene hijos -como este cronista- y me permito cierto giro cervical para fisgar sus contundentes formas en calzoncillos, con desvergonzada desinhibición por mi parte. Esto ha dado lugar a que una mañana ha traspasado la linea roja de la observación y ha dado el paso que separa físicamente nuestras taquillas, para acercar su boca a mi cuello, susurrarme algo al oído y acariciarme el paquete.
He rechazado tiernamente el ofrecimiento, de tal forma que actualmente seguimos hablándonos con naturalidad y con la complicidad absurda de aquellos que no hemos salido del armario.

4 comentarios:

Uno dijo...

Esta entrada no va de armarios. O no debería. Aqui lo importante es lo de la olla. O lo de la polla, como quieras llamarlo.

...Runagay dijo...

JAJAJAJAJAJAJAJAJA

Chevy dijo...

La duda me asalta. Si el "suavemente" hubiese sido "patosamente", misma reacción?
Petons

...Runagay dijo...

Probablemente, Chevy, porque seguro que fue patosamente y yo me he permitido alguna licencia literaria. :-)
Gran alegría verte por aquí, después de estos silencios. Petons.